RAFAEL NARBONA
Todo empezó en 2007, cuando el ínclito y preclaro José María Aznar recibió la medalla de honor de la Academia del Vino de Castilla y León. Sin miedo a las venenosas diatribas de la prensa atea y bolchevique, Aznar desafió a las campañas de la Dirección General de Tráfico, burlándose de sus insidiosos carteles en autovías y autopistas: “Cuando voy por la carretera y leo uno de esos carteles, siempre pienso: ¿Y quién te ha dicho que quiero que conduzcas por mí?”. Por entonces, el audaz presidente que nos involucró en la cruzada contra Irak, ya se había dejado crecer su melena de caudillo merovingio. Su coraje neoliberal le había blindado contra las críticas, especialmente después de participar en la aniquilación de las armas de destrucción masiva del pérfido Saddam. Gracias a las humanitarias bombas del amigo americano, los niños y niñas de la civilización blanca, cristiana y occidental pudieron superar la enuresis y los terrores nocturnos.
Desalojado del poder por un accidente de la historia, Aznar nunca ha renunciado a ser un ferviente defensor de la libertad. “Déjame que beba tranquilamente –protestó en León, celebrando con orgullo su nuevo cargo de bodeguero mayor-. A mí no me gusta que me digan no puede ir usted a más de tanta velocidad, no puede usted comer hamburguesas de tanto, debe usted evitar esto y además a usted le prohíbo beber este vino”. El político que introdujo un bolígrafo por el escote de Marta Nebot demostró una vez más su valentía, despertando las iras de esa anti-España que porfía sin tregua, con la ridícula exigencia de que las leyes sean iguales para todos.
Los cien mil hijos de Josemari se mantienen fieles a sus enseñanzas. Ángel Carromero, joven promesa de la derecha neofranquista, no dejó que nadie condujera por él y provocó en Cuba un accidente que le costó la vida a dos opositores anticastristas. Esperanza Aguirre tampoco soltó el volante cuando un agente de Movilidad pretendía multarla por aparcar en el carril-bus de la Gran Vía. La “Juana de Arco Liberal” intentó atropellarle y se refugió en su palacete del barrio de Malasaña. Cristina Cifuentes prefiere las dos ruedas. Todas las mañanas se monta en su scooter para cazar “rojo-separatistas” y “perro-flautas”, pero hace un tiempo un mal giro frustró su noble iniciativa, enviándola al hospital. Ahora, el hijo del “hijoputa” de Alberto Ruiz-Gallardón ha sembrado su pica en Flandes, embistiendo a dos vehículos, bordeando el atropellamiento de una mujer y huyendo a gran velocidad, con signos de “evidente embriaguez”. Cifuentes, dura de pelar, ha despachado el asunto con su lucidez habitual: “Es un tema menor”.
Algunos dirán que la derechona está insoportablemente crecida y envalentonada, pero yo creo que la observación es injusta. Los líderes y vástagos del PP se limitan a emular las hazañas de “Los autos locos”, la divertidísima serie de dibujos animados de Hanna-Barbera Productions, que hizo llorar de risa a Josemari durante su juventud católica, patriótica y joseantoniana. Dicen que en Valladolid, el políglota, atlético y providencial Aznar conducía con las ventanillas abiertas y el radiocasete a todo trapo, escuchando a Julio Iglesias. Al parecer, le gustaba hacer ruedas en los semáforos, peinarse el bigote con la ayuda del retrovisor y expulsar lentamente el humo de sus dos paquetes diarios de Marlboro, dibujando aros perfectos con su labio leporino. Si le llamaba la atención un guardia urbano, le contestaba con una peineta, preludiando esos grandes gestos que le convertirían en un conspicuo líder mundial. Esperanza Aguirre no es menos chula, pues corre sangre azul por sus venas y hay que ser un peligroso terrorista para cuestionar su derecho a infringir la ley, atropellar a alguaciles impertinentes o a protegerse del frío con unos calcetines blancos marca Alcampo. ¿Acaso Pablo Iglesias Turrión es el único que confraterniza con la plebe, adquiriendo ropa low cost?
De vez en cuando, los próceres del PP se reúnen ante un televisor y se parten de risa con las ocurrencias de los hermanos Macana, Pedro Bello, Penélope Glamour, Pierre Nodoyuna y Patán. Las carcajadas suelen mezclarse con las disputas más enconadas. Esperanza Aguirre y Cristina Cifuentes se atribuyen la belleza de Penélope Glamour, sin apreciar que más bien se parecen a las astutas, ruines y taimadas hermanastras de Cenicienta. Aznar se identifica con Pedro Bello, pero estima que sus 2.000 abdominales diarias y su impecable inglés con acento tejano le han transformado en un galán infinitamente más atractivo. Carrormero es muy tímido y no dice nada, pero cuando escucha la risa de hiena de Josemari piensa que sería un convincente Pierre Nodoyuna. Sería una infamia comparar a Patán con Aznar, pues el perro pulgoso y malcriado es un sincero anarquista que sueña con imitar a Mateo Morral.
El hijo del “hijoputa” de Alberto Ruiz Gallardón se limita a preparar las copas y los pinchitos, feliz de saber que su padre le indultará cada vez que se meta en un lío por culpa de “un tema menor”, como atropellar a una mujer que obstaculiza su huida, después de abollar dos coches y empuñar el volante con el cerebro entumecido por el alcohol. Su padre es un hombre justo y sensible que acaba de indultar a un guardia civil, cuyo único delito consistió en grabar sin parar de reír una agresión sexual y una agresión con lesiones. No intervino porque el autor de la doble agresión era un buen amigo y se rió sin maldad porque es realmente gracioso contemplar cómo se abusa sexualmente de una mujer y cómo un entrometido se lleva su merecido por intentar evitarlo.
Desgraciadamente, los españoles son ingobernables e ingratos, pues no entienden que los políticos y su prole se merecen un trato de favor, semejante al de la Casa Real, con un comportamiento tan ejemplar como el de los Soprano. Los Borbones son una familia como otra cualquiera, que se enreda en negocios turbios, infidelidades y reyertas que se disfrazan de accidentes domésticos. Su impunidad es la justa recompensa a sus servicios por España, un país tristemente arruinado y dividido por la mala cabeza de la chusma, empeñada en vivir por encima de sus posibilidades.
¿No queremos ser europeos y modernos? Pues España no podrá presumir de ser una nación europea y moderna hasta que una pobre condesa sexagenaria o el hijo del Ministro de Justicia puedan conducir por las calles sin perder el tiempo con “temas menores”, como las señales de tráfico, los límites de velocidad o las indicaciones de los agentes. Creo que estamos muy cerca de esa utopía. De momento, yo acudiré a la Coronación de Felipe y Letizia con una camiseta de Patán, pues la risa es el último refugio de los ciudadanos cuando los ricos y los poderosos obran a su antojo, indultando a canallas y encarcelando a los que se atreven a protestar.
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