ALEXANDRA K.
Impulsado por grupos de dudosa procedencia pero mucha habilidad en el marketing internauta, el 15M afloró en plena agonía de un gobierno del PSOE totalmente entregado a los dictados de la oligarquía alemana y el Deutsche Bank. El descontento y la indignación desbordaron cualquier previsión y, de forma más o menos espontánea, cientos de miles de personas de todo el Estado, que en su inmensa mayoría habían permanecido inermes políticamente durante décadas, incluidos votantes del PP, se sumaron con entusiasmo a la protesta.
Como es lógico, todas estas personas traían sus propios lastres ideológicos, potenciados por las “órdenes” de los convocantes, lo que conllevaba las posturas más simplonas contra los partidos políticos (todos) y los sindicatos (todos). Se llegó a prohibir a los militantes de izquierda, los únicos que hasta entonces habían salido a la calle a protestar durante años y años de “soledad”, que sacaran sus banderas. Hasta el extremo de echar a parlamentarios de IU de una manifestación o agredir a quienes portaban una bandera nacional canaria.
Ese sustrato antipolítico heredado de 40 años de fascismo se fue viendo paulatinamente desbordado, a la vez que los “conjurados” de los grupos iniciadores (DRY y similares) perdían influencia en el movimiento. Al calor de los problemas reales y de la ofensiva brutal del gobierno, los movimientos sectoriales fueron ganando protagonismo y fuerza.
De forma que, por la simple necesidad de hacer frente a los recortes, la batalla volvió a centrarse en las luchas económicas, particulares y concretas. En ello tuvo que ver la participación y la experiencia de sindicatos alternativos, partidos extraparlamentarios y veteranos militantes de la izquierda radical. Si se trataba de luchar, este era su terreno.
En honor a la verdad, hay que señalar que, desde luego, no era ni de lejos el terreno de UGT y CCOO, cuya única razón de ser ha sido el pacto social, el entreguismo, la claudicación y el mamoneo en los despachos. Y que subsisten en la medida que se mantengan las subvenciones que les permiten sostener su aparato de burócratas. En gran medida, el éxito inicial del 15M estuvo motivado en esta amarillazación sindical.
Paralelamente, los sectores más espontáneos, más conservadores, creyentes en que bastaba con mostrar su indignación para que se les hiciese caso, se fuero desmoralizando de una lucha sin resultados a corto plazo, que exigía precisamente lo que despreciaban: ideología, organización, militancia, tenacidad. La cantidad se fue sustituyendo por la calidad.
A medida que la organización práctica real se va articulando en distintos colectivos y organizaciones sectoriales, el 15M como totum revolutum, falsamente asambleario y ocultador de las diferencias de clase, se ha ido diluyendo, siendo sustituido por plataformas y organizaciones que, si bien aún son embrionarias, se preparan ya para una lucha popular prolongada.
El flower power que impregnaba las manifestaciones iniciales del 15M cumplió su papel, pero ya no convence a la mayoría. Desde luego, no a la mayoría de los que van a seguir luchando. Las poco numerosas y escasas manifestaciones del pasado domingo, 12 de mayo, dan idea de que las cosas van ya por otros derroteros. Y por reivindicaciones de verdadero calado anticapitalista. Que ya pasó el momento de los anonymus, y vuelve la hora de las personas comprometidas, de las que dan la cara, con sus ideas, sus banderas y su trabajo. Y con su orgullo de militantes.
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