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Arabia Saudí: Cuna del terrorismo

CATHERINE SHAKDAM 


Mientras la violencia y el derramamiento de sangre sinsentido siguen propagándose por todo Oriente Medio y Asia, alimentados por el odio sectario y el radicalismo, los terroristas vinculados a Al-Qaeda nunca han sido más poderosos y peligrosos.

Tres años después de que Túnez fuera incendiada por un fuego revolucionario que exigía un cambio democrático, los sionistas se las han arreglado para desviar las aspiraciones del pueblo, provocando que las que una vez fueron comunidades pacíficas se peleen contra sí, jugando un radicalismo islámico al ritmo de su tambor de guerra e intentando destruir solo los sueños de unidad de la gente; Israel y sus aliados han desatado en la región un mal que es la apostasía.

Pero, si Israel se imaginó que su plan era inevitable por naturaleza, debido a su debilitado sentido de superioridad sobre la dividida comunidad islámica, los sionistas no han logrado captar la voluntad de los hombres que lideran el movimiento de resistencia islámica. Tres años bajo presión sin precedentes y Siria no ha cedido aún ante la presión internacional, su gobierno se mantiene firme en su oposición a las ambiciones imperialistas de Israel en el Levante.

Tres años después de que el presidente sirio, Bashar al-Asad, advirtiera por primera vez al mundo de los peligros de Al-Qaeda y sus amos, la familia real saudí, el mundo empezó a comprender poco a poco la naturaleza perversa de Arabia Saudita.

Al igual que Al-Qaeda fue creado por los Estados Unidos de América en Afganistán para actuar como barrera frente a las entonces fuerzas soviéticas, el radicalismo se nutrió en los desiertos de Arabia Saudí. Durante décadas, el reino ha actuado como un caldo de cultivo para los islamistas, una fuerza oscura al servicio de un poder mayor y más oscuro, Israel.

Mientras los medios ignoraban las advertencias del presidente Al-Asad, tres años de carnicería a manos de los salafistas han silenciado a los críticos más duros, poniendo a las potencias occidentales en una posición muy poco halagadora.

Irónicamente, la verdad es siempre mucho más difícil de digerir que una red de complejas mentiras.

Pero, ¿quién se atreve ahora a negar que Al-Qaeda no es más que una invención de Occidente, un destructor del mundo, un cáncer que debe ser eliminado?

A principios de este mes, el representante permanente de Siria ante la ONU, Bashar Yafari, dio un paso decisivo al desenmascarar y avergonzar a Arabia Saudita por su difusión del terrorismo, mediante una carta formal enviada al secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, y a la OMC. Yafari pidió a ambas instituciones que cumplieran con sus principios fundacionales, tomando medidas drásticas contra Riad.

Arabia Saudí es culpable de crímenes despreciables contra la humanidad y debe ser considerado responsable de sus atrocidades ante un tribunal internacional, advirtió Yafari, al pedir a la comunidad internacional que cumpla con sus compromisos legales y morales.

Un reciente informe publicado a principios de este mes reveló que 72 predicadores en toda Arabia Saudí, bajo órdenes estrictas de la familia real, pidieron a sus congregaciones que se unieran y apoyaran la "Yihad" en Siria. Los clérigos saudíes, los mismos que deberían haber estado defendiendo la paz y la moderación, han llamado a los musulmanes a declarar la guerra a sus hermanos sirios, interfiriendo así de forma directa con uno de los pilares de la ley islámica.

Los mismos militantes que dicen portar la bandera del Islam no son más que abominaciones, radicales takfiríes, cancerberos de Arabia Saudita.

"Arabia Saudí está gobernada por una dictadura familiar que no tolera la oposición y castiga severamente a los defensores de los derechos humanos y disidentes políticos. Cientos de miles de millones de ingresos del petróleo son controlados por el despotismo de la realeza y las inversiones especulativas petrolíferas en todo el mundo. La élite gobernante depende de la compra de armas occidentales y de las bases militares de Estados Unidos para su protección. La riqueza de las naciones productivas se desvió para enriquecer el evidente consumo de la familia gobernante saudí. La élite gobernante financia la versión más retrógrada, misógina y fanática del Islam, el wahabismo, una secta del Islam suní", escribió el profesor James Petras, resumiendo con unos pocos trazos de su pluma el alcance de la perversión de Al Saud.

Construido sobre la sangre y la traición, Arabia Saudita se ha definido a sí misma a través de décadas por el engaño, la corrupción, la traición, la manipulación, el bandidaje y la violencia. El hecho de que los miembros de la monarquía de Al Saud hayan recurrido al terrorismo para saciar su sed de poder, no debería ser una sorpresa; más bien, deberíamos estar preguntándonos por qué nuestros gobiernos han tolerado semejante locura. Enfrentado a la disidencia interna y al aumento del Islam chií, como un modelo político alternativo potente en la región, Al Saud se giró naturalmente hacia sus legiones takfiríes para defender su imperio.

Eufórico por su invulnerabilidad política, Arabia Saudita ya no niega estar ayudando a las milicias terroristas en Siria. Este país, convertido en una fábrica de terror según ha escrito el profesor Petras, "se ha dedicado a financiar, entrenar y armar a una red internacional de terroristas islámicos, dirigidos a atacar, invadir y destruir los gobiernos que se opongan al régimen clerical-dictatorial saudí.”

Bajo el cuidado y la cuidadosa supervisión del príncipe saudí, Bandar bin Sultan, el poderoso director general de la Agencia de Inteligencia, Arabia Saudí ha eclipsado incluso a Israel en su juego manipulador. Como un gran maestro de las operaciones clandestinas, Bandar ha transformado a Arabia Saudita de un régimen introvertido y tribal dependiente solo de la ayuda militar y el apoyo de Washington para su supervivencia política, en un centro de terrorismo internacional, que ha comprado gobiernos, apoyado disidencias y financiado dictaduras por todo Oriente Medio.

El antepasado del radicalismo suní, el príncipe Bandar, ha establecido en pocos años una red de terror tan fuertemente arraigada al maquillaje político e institucional de la región, que sus sombras se extienden desde el norte de África hasta el Levante y alcanzan alejados rincones del Golfo Pérsico.

A la cabeza de un ejército internacional takfirí, Arabia Saudita ya no desea ser un socio calado del imperialismo occidental; bajo el liderazgo de Bandar, pretende imponerse como la única superpotencia regional.

El protegido de Israel y prodigio de Washington, el príncipe Bandar, no es otro que el hombre del terror sionista, un hombre que tiene el genocidio en su mente.


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