Portada | | | Puede ser la gota que colme el vaso: enfrentando a la derecha avanzando en la lucha socialista

Puede ser la gota que colme el vaso: enfrentando a la derecha avanzando en la lucha socialista

MAURO IASI 
Miembro del Comité Central del 
Partido Comunista Brasileño (PCB) 


El mundo se mueve bajo nuestros pies, las viejas formas se rompen, surgen novedades y las contradicciones que se acumulaban explotan buscando el camino necesario, encontrando su forma de expresión.

La explosión social que sacudió el país brotó del terreno escondido de las contradicciones. De allí de dónde se acostumbra a exilar las contradicciones incómodas: la miseria, la disidencia, la alteridad, la fealdad, la violencia. Germinarán en el terreno de lo invisible, escondido y oculto por la neblina ideológica y el marketing cosmético que epidérmicamente cubre la carne pobre del orden capitalista con gruesas capas de justificación hipócrita, del cinismo laudatorio de una sociabilidad moribunda.

Las autoridades, los especialistas, sociólogos, politólogos y periodistas están perdidos dando razón al discurso atribuido a Marx según el cual "de la historia sólo se sorprende quién de historia nada entiende". Declaman su espanto queriendo acreditar una extrema novedad, porque sólo esto explicaría su brutal ignorancia. En el terreno de la historia nada es absolutamente nuevo.

Si hay algo que es bien conocido para quién no se limita al coyunturalismo, o foucaultianamente al asunto singular del acontecimiento, es la insurrección, la explosión de masas. En caso de que tengan prejuicios contra de nuestra tradición marxista y se nieguen a leer los brillantes análisis de Lenin en Las enseñanzas de la insurrección de Moscú, o de Trotsky en El arte de la insurrección, pueden remitirse a los estudios de Freud en Psicología de masas y análisis del ego, o el magistral análisis de Sartre en La crítica de la razón dialéctica.

Las masas explotan en una dinámica que altera profundamente el comportamiento de los individuos aislados que pacíficamente se dirigían diariamente al matadero del capital, en orden, pacíficamente, saliendo de sus casas humildes, pagando autobuses abarrotados y precarios, siendo humillados por la policía, viviendo de sus pequeños salarios, viendo la orgía ostentosa de consumo y teniendo que infravivir con lo que no tienen.

Los jóvenes del Movimento Passe Livre (MPL) deben ser felicitados por una lucha que no viene de ahora (recordemos Goiânia y Florianópolis) y por conseguir dar consistencia a esta lucha y a la confrontación que les llevó a doblegar la arrogancia de los que afirmaban de entrada que la tarifa no sería rebajada. Las manifestaciones contra el aumento del pasaje, sin embargo, fue solo el desencadenante de algo mucho más grande. El movimiento funcionó como el catalizador de un profundo descontento que estaba soterrado por la propagando oficial.

Analicemos, entonces, las determinaciones más profundas que se presentan en esta explosión social.

En primer lugar, las manifestaciones expresan un descontento que germinaba y que era alimentado por la acción que quería negarlo, esto es, por la arrogancia de un discurso oficial que insistía en afirmar que todo iba bien: la economía estaba bien, no porque garantizara la producción y reproducción de la vida, sino porque permitía la reproducción del capital con tasas de ganancia aceptables, Brasil escapaba de lo peor de la crisis internacional a golpe de fuertes subsidios a las empresas monopolistas, la inflación estaba "en torno del objetivo central", Brasil recibía eventos deportivos y se transformaba en una cantera de obras, los trabajadores desmovilizados y sus organizaciones adormecían por el transformismo y por la democracia de cooptación, se rendían al consumo vía endeudamiento, el gobierno se regocijaba con índices de aceptación que parecían sólidos.

Acontece aquí un viejo y conocido fenómeno. La vida real no combina con el discurso ideológico. La inflación en torno al objetivo explotó a la hora de las compras, de pagar el alquiler, de pagar las cuentas, de pagar el autobús. Las delicias del consumo retornaban en forma de deudas impagables. El acceso a la educación devino en la pesadilla de la falta de condiciones de permanencia. El empleo deseado se transforma en enfermedad profesional. El orgullo de recibir eventos deportivos internacionales se presenta como el buey de un festín de gastos mientras que la educación, la sanidad, la vivienda, los transportes son las moscas.

El detonante fue el aumento de los pasajes, y aquí se presenta un elemento altamente esclarecedor. En las primeras experiencias de los gobiernos municipales del PT, el enfrentamiento de la cuestión del transporte se dio a través de la municipalización de este servicio. En São Paulo se llegó a hablar de tarifa cero en el gobierno de Erundina. En una segunda generación de gobiernos petistas, todas las empresas municipales fueron devueltas a los empresarios del transporte que explotaban el sector (y explotar es un término preciso). Coincidentemente, los empresarios de transporte se han convertido en una de las principales fuentes de financiación de las campañas de este partido.

Entendiendo que la explosión es perfectamente comprensible, como forma de manifestación de un profundo descontento, sabemos que es más que eso. Representa, también, el agotamiento de una forma de dominio y control político que ha sido muy eficaz. Cultivamos un fetiche por la forma democrática, como si en sí misma fuera la solución por fin encontrada por la humanidad para superar un dilema histórico del orden burgués que la acompaña desde el nacimiento y que no tiene solución dentro de la sociedad capitalista: el abismo entre la sociedad y el Estado.

La sociedad se representa a través de políticos electos que forman las esferas decisorias, legislativas o ejecutivas, por medio del voto que transfiere el poder a un conjunto de personas que supuestamente expresan las diferentes posiciones e intereses existentes en la sociedad. Abstrayéndose, de esta forma, de cuanto los verdaderos intereses políticos y económicos en juego deforman esta supuesta límpida representación dando como resultado la consagración del poder de las clases dominantes, confirmando la descripción de Montesquieu según la cual "la República es una presa, y su fuerza no pasa del poder de algunos ciudadanos y de la licencia de todos", o una aún más incisiva afirmación de Marx (y después de Lenin): la democracia es el derecho de los explotados a elegir cada cuatro años a quien los representará y aplastará en el gobierno.

De manera que es comprensible el asombro de aquellos que creían que estaba todo bien en una sociedad marcada por las contradicciones dl sistema capitalista y su expresión política, ignorando las profundas y conocidas contradicciones que tal orden genera inevitablemente.

Una contradicción, sin embargo, encuentra siempre una forma particular de expresarse. La forma como se expresaron las contradicciones descritas también es perfectamente comprensible.

El último período político estuvo marcado por una profunda despolitización de los movimientos sociales y de los movimientos reivindicativos de la clase obrera. En diez años de gobierno los trabajadores no fueron llamados, ni siquiera una vez, a participar activamente e independientemente de la correlación de fuerzas políticas, en defensa de sus intereses en el terreno que le es propio: las calles, las plazas, la ciudad. Se optó por una gobernabilidad sustentada por alianzas de cúpulas dentro de los límites del orden político existente y del presidencialismo de coalición, manteniendo sus métodos, esto es, la oferta de cargos, el reparto de fondos y comodidades. No es de extrañar que en diez años no se haya implementado una reforma política.

En ningún momento en el que una demanda de las masas trabajadoras (reforma agraria, pensiones, derechos laborales, garantía de los servicios públicos, etc.) chocaba con la resistencia de los sectores conservadores, fue resuelta llamando a los trabajadores a manifestarse e invertir la correlación de fuerzas desfavorable a los cambios. Por el contrario, como regla general, las soluciones conservadoras fueron propuestas por el gobierno que se pretendía popular y se pedía a las masas que se callasen y diesen, como prueba de su infinita paciencia, un voto más de confianza en su liderazgo que les alienaba.

Cuando los trabajadores chocaban con la orientación gubernamental, como en la última huelga de los profesores y de los empleados públicos federales, son tratados con arrogancia y prepotencia.

Por lo tanto, no nos sorprende que la explosión social se dé de la forma en que se dio y traiga los elementos contradictorios que expresa: despolitizada y sin dirección, aunque con objetivos definidos con precisión: los gobiernos y aquello que representa el orden establecido.

La despolitización se expresa de varias maneras, pero dos de ellas se presentan con más evidentes: la violencia y antipartidismo. Comencemos por la violencia.

En cuanto a la forma violenta que tanto espanta a los ardientes defensores del orden, tenemos que constatar que no es homogénea. Hay al menos tres vertientes de la violencia. Una de ellas, difusa y desorganizada, es aquella que expresa la rabia y el odio contra un orden que oprime, no por casualidad ésta se dirige contra las expresiones de este orden, sean los edificios públicos que albergan las instituciones del orden político burgués (sedes de gobierno, parlamentos, edificios judiciales, etc.), pero también los monopolios de la prensa, de la televisión, así como los templos del consumo ostentoso. Esta manifestación es comprensible y también, en cierta medida, justificada. Marx y Engels, al analizar la situación alemana de 1850 (Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas) dice al respecto:

Los obreros no sólo no deben oponerse a los llamados excesos, a los actos de venganza popular contra los individuos odiados o contra edificios públicos que el pueblo sólo puede recordar con odio, no sólo debe admitir tales actos, sino asumir su dirección.

Dejemos a los patéticos nuevos defensores del "orden y de la tranquilidad" la defensa del fetiche del patrimonio público, una vez que es este "orden" es el que ha garantizado a las clases dominantes y sus aliados de llamada a la "tranquilidad" el saqueo y la depredación del verdadero patrimonio público.

Hay una segunda variante de la violencia. Jóvenes de los suburbios, de los barrios pobres, de las áreas a las que se expulsó los restos incómodos de este orden de acumulación y concentración de la riqueza, que son cotidianamente agredidos y violentados, estigmatizados, explotados y degradados, que ahora, aprovechándose del río revuelto de las manifestaciones, expresan su legítimo odio contra de esta sociedad hipócrita y su paz de cementerios. Su forma violenta en saqueos y actos vandálicos asusta, es verdad, pero la conciencia cínica de nuestra época llegó a asumir como normales los asesinatos, la violencia policial. Pseudointelectuales llegaron a justificar como normal que la policía entre en las favelas e invada sin mandato judicial, arreste, torture y mate en nombre del "orden"; o sea, la violencia sólo es aceptable contra pobres, contra delincuentes, contra marginales, pero es inadmisible contra papeleras, paradas de autobús, bancos y escaparates.

Hay una tercera violencia y ésta no es espontánea y emocional como las dos primeras: la extrema derecha. Ésta, la de las alcantarillas donde fue juzgada por la historia reciente, se sentía también ofendida y agredida, evidentemente no por el orden burgués y capitalista que siempre defendió, sino por el aire irrespirable y democrático que ajustaba cuentas con nuestro pasado oscuro, como la denuncia contra el golpe de 1964 y sus protagonistas, con las comisiones de la verdad, pero, sobre todo, el malestar de esta extrema derecha con un régimen político que permite la organización de los trabajadores y su expresión, aunque sea en los precarios límites de una democracia representativa de cooptación. Así como los movimientos sociales y de clase se despolitizan, la derecha también. A la extrema derecha no le importa que la actual forma política permita a los monopolios sus gigantescos beneficios y a la burguesía su pornográfica concentración de riquezas. La burguesía que ya se sirvió de la truculencia para garantizar las condiciones de acumulación de capital, hoy se sirve del orden y la tranquilidad democrática para los mismos fines y en este contexto no hay papel claro para sus antiguos perros de guardia.

Estos no soportan vernos andando con nuestras camisetas que llevan a nuestros mártires, nuestras banderas que recogen la sangre de todos los que lucharon, nuestras firmes convicciones que nos mantienen en las luchas diarias al lado de los trabajadores en defensa de la vida, pero con mirada certera en el futuro necesario para superar el orden del capital por una alternativa socialista. Por eso nos atacan, utilizan las manifestaciones para ventilar sus cuentas con la izquierda, de forma organizada, intencionada y, desde luego, con el apoyo formal o informal de los aparatos de represión.

La acción de la extrema derecha encuentra respaldo en la despolitización de las masas, principalmente en la expresión vociferante del antipartidismo. Sin embargo, en este caso tenemos que tener cautela al analizar los hechos. El comportamiento contra los partidos es comprensible, aunque no esté justificado. Comprensible por dos motivos: las masas, gracias a la triste experiencia petista, están cansadas de partidos que utilizan las demandas populares para elegir sus concejales, diputados y presidentes, que después le dan la espalda a estas demandas a para hacer sus juegos y alianzas para mantener sus cargos ; también, con razón, no pueden aceptar que ciertos partidos se coloquen al frente de manifestaciones y movimientos para tratar de dirigirlos sin la legitimidad de haber participado orgánicamente en las luchas.

Tal actitud, por lo tanto, comprensible, e injustificable porque al mirar a los partidos de izquierda yerra por el hecho de que fueron los militantes de los partidos de izquierda y de los movimientos sociales quienes han mantuvieron en el peor momento de la correlación de fuerzas desfavorable, las luchas en torno a las demandas populares, por la vivienda, en la lucha por la tierra, contra la reforma de las pensiones, contra las privatizaciones, en defensa de la educación y la sanidad públicas, contra los gastos en eventos deportivos, contra los desahucios. Y lo hicieron en un contexto en el que las masas estaban sometidas a una profunda pasividad y en el que el transformismo del PT en partido de orden aislaba a la izquierda y la estigmatizaba. En este sentido, los partidos de izquierda como el PCB, el PSTU, el PSOL y otras organizaciones de izquierda, así como los movimientos sociales y los sindicatos, no necesitan pedir permiso a nadie para participar en las luchas y las manifestaciones sociales, conquistaron legítimamente este derecho en la lucha, con su coherencia y compromiso.

¿Hacia dónde van las manifestaciones? Algunos ingenuamente, o de forma interesada, creen que la mera existencia de la acción independiente de masas configura en sí misma un factor positivo de transformación. Desgraciadamente, la historia también nos trae elementos para cuestionar esta tesis, algunos ejemplos de la historia muy reciente. Cuando el derrocamiento del Este europeo sobrevenidos del desmantelamiento de la URSS, muchos lo saludaron como la posibilidad de una revolución política que retomase el rumbo interrumpido de las experiencias socialistas, pero lo que vimos fue una restauración capitalista. Ahora saludan la llamada "primavera árabe", pero lo que hemos visto, y Libia y Egipto son ejemplos paradigmáticos, es el aprovechamiento de los monopolios en el reparto del botín de países estratégicos, aislando una vez más a los sectores populares.

La dirección y el futuro de las manifestaciones y me temo que la izquierda está perdiendo esta disputa a favor de una dirección peligrosamente de derechas y conservadora. Recientemente afirmé que la experiencia política del último período, en contra de lo que algunos esperaban, había producido un desmoronamiento de la conciencia de clase y se expresaba en un giro conservador del sentido común. Este proceso se hizo evidente en las manifestaciones, más allá de la intención de sus promotores originales. El producto multifacético de las contradicciones mezcla en las manifestaciones elementos de sensatez y sentido común, críticas difusas a las manifestaciones más evidentes de la sociedad burguesa en que estamos insertos, junto a la reafirmación de valores propios de ese mismo orden, lo que sería natural si entendemos el proceso de despolitización descrito.

Cuando los adeptos al espontaneísmo alardean de las virtudes de una manifestación sin dirección y que hostiga a los partidos políticos, se olvidan de que si usted no tiene una estrategia, no se preocupe, usted forma parte de la estrategia de alguien. Además de la evidente eficacia de los monopolios de comunicación, el "partido de la pluma" en términos de Marx, en marcar la pauta al movimiento seleccionando las consignas que interesan al sistema (lucha contra la corrupción, nacionalismo, disminución de impuestos, etc.), están presentes otros elementos muy peligrosos.

Una pancarta en la manifestación en Río decía: si el pueblo necesita a las Fuerzas Armadas, están listas para ayudar. Significativamente, los militantes antipartidos no destruyeron esta pancarta, tal vez porque no saben que existe además del partido de la pluma el “partido de la espada”. En un comunicado de los clubes militares de la marina, el ejército y la fuerza aérea, los militares después de afirmar que las manifestaciones expresan mayoritariamente la indignación con la indiferencia de las autoridades hacia las aspiraciones de la sociedad y que ante los vicios y omisiones que se repiten llegó la hora de “manifestar clamorosamente” y no aceptar "ser conducidos, resignadamente, como un grupo ingenuo" dando "un basta a la impostura y a la impunidad". La nota de los militares termina con una clara provocación y cita a Vandré: "Quién sabe llegada la hora, no espera que acontezca".

La derecha sólo germina y crece en el vacío dejado por la izquierda. La ilusión de un desarrollo capitalista capaz de resolver las demandas populares y garantizar beneficios para los capitalistas, sustentado por un gobierno de coalición con la burguesía, desarma a los trabajadores y la derecha ocupa el terreno. Hay un evidente olor de golpe en el aire. La embajadora de EEUU que estaba en Nicaragua en la época de los contras, en Bolivia cuando la intentona de dividir al país, en Paraguay cuando el golpe contra Lugo, llegó a Brasil.

En el prefacio del libro de Leandro Konder sobre el fascismo reeditado en 2009, decía alertando de la actualidad del riesgo de esta alternativa frente aquellos que pensaban que este fenómeno estaría condenado al pasado:

Capital monopolista en crisis, imperialismo, ofensiva anticomunista, criminalización de los movimientos sociales, decadencia cultural, hegemonía de la política pequeñoburguesa en detrimento de la política revolucionaria del proletariado, irracionalismo, neopositivismo, misticismo, chovinismos nacionalistas acompañados o no de racismo... No se engañen. Sólo puedo advertir, como se dice que hizo Marx: "esta fábula trata de ti".

La explosión de masas dio el recado: se parece a mi corazón, es un caldero hasta aquí de pena, cualquier desatención, no hacer... puede ser la gota que desborde el vaso.


(*) Mauro Iasi es profesor asistente de la Escola de Serviço Social de la UFRJ, presidente de la ADUFRJ e investigador del NEPEM (Núcleo de Estudios e Investigaciones Marxistas), del NEP 13 de mayo. Es autor del libro El dilema de Hamlet: el ser y el no-ser de la conciencia (Boitempo, 2002). Colabora mensualmente con el Blog de Boitempo, los miércoles.

[Traducción: Teodoro Santana]

Artículos relacionados