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Los destinos de Colombia y Venezuela se cruzan en La Habana

IVAN PINHEIRO  
Secretario General del Partido Comunista Brasileño (PCB)


No es coincidencia que dos de los más importantes acontecimientos de América Latina en los últimos años se estén desarrollando en una misma pequeña isla del Caribe, con una población menor que la de muchas ciudades del continente.

Cuba es la capital mundial de la solidaridad internacional, que ha sido un camino de doble vía en estos 54 años de Revolución Socialista. Los pueblos amigos se protegen de enemigos poderosos, que no perdonan su rebeldía y a los que les gustaría acabar con este ejemplo tenaz e irreverente. El internacionalismo es una de las principales señas de identidad de la génesis de la Revolución Cubana.

Hugo Chávez eligió Cuba para tratar su grave enfermedad no sólo por la excelencia de su medicina, que se desarrolló gracias al compromiso de la revolución con la salud de su pueblo.

Chávez escogió Cuba por su confianza en el pueblo, en el Partido y en el liderazgo cubanos. Y también es un gesto que valoriza a Cuba a los ojos del mundo y estrecha relaciones fraternales entre venezolanos y cubanos, sea cual sea el resultado de la lucha por la vida de los Comandantes Fidel Castro y Hugo Chávez.

Como los dos no son físicamente inmortales, no es "pecado" reflexionar sobre escenarios, ¡a pesar de nuestras esperanzas de que ambos vivan tanto como Oscar Niemeyer!

La eventual ausencia de Hugo Chávez es más compleja que la de Fidel Castro, porque en Cuba la construcción del socialismo tiene raíces sólidas, mientras que en Venezuela la lucha de clases está en un momento decisivo, en el que la actual revolución nacional y democrática radicaliza el camino al socialismo o corre el riesgo de sucumbir. La presencia física de Chávez tiene un importante significado en la lucha antiimperialista, en Venezuela, en América Latina y en todo el mundo, en tanto que la herencia de Fidel es ya una obra completa para inspirar la unidad y la rebeldía de los explotados. Además, Raúl Castro es un revolucionario convencido y con más experiencia que Nicolás Maduro, aún una esperanza.

Sin dejar de valorar el sentimiento popular por la vuelta de Chávez, me parece que la dirigencia venezolana en el país debería poner énfasis en la necesidad de reforzar la organización y la movilización de las masas, para lo que haya de venir.

Es preciso madurar aún más la conciencia de los trabajadores venezolanos para que valoren sus ganancias hasta ahora y para que luchen para no perderlas y ampliarlas, entendiendo que el mantenimiento del proceso de cambios, su avance y la posibilidad de transitar al socialismo dependerán, más que nunca, de que tomen el proceso en sus manos y lo radicalicen, con formas de lucha que vayan más allá de las convocatorias electorales que, mientras tanto, seguirán siendo importantes en Venezuela, donde se polarizan entre campos políticos antagónicos.

El papel de Chávez, al sacudir América Latina y provocar una polarización en su país, es un legado indeleble. Pero repitiendo lo que escuché en Caracas del histórico líder del Partido Comunista de Venezuela, Jerónimo Carrera, "la revolución no se haría sin Chávez, pero no se hará sólo con Chávez".

De la misma manera que el destino de Venezuela está en parte jugándose en La Habana, no fue casualidad que aquí también se estableciera a final del año pasado la mesa de diálogo que, dependiendo de muchos y complejos factores, puede dar lugar a una solución política al conflicto social y militar colombiano.

¿En qué otro país la experimentada insurgencia colombiana se sentiría segura para hacer descender de las montañas algunos de sus mejores cuadros y colocarlos frente al mundo para, con la cabeza erguida, exponer las razones y objetivos que les llevaron a levantarse y mantenerse en armas y las condiciones que establecen para deponerlas?

¿Y quién diría que un estado terrorista, principal agente del imperialismo en el continente, con sus "siete puñales en el corazón de América Latina", en palabras de Fidel Castro para referirse a las bases norteamericanas instaladas en Colombia, aceptaría sentarse a la mesa con una organización política insurgente y comunista, hasta hace pocos días satanizada como "narco-terrorista"? ¡Aún más, siendo anfitrión y garante de este diálogo un país que se convirtió en socialista como consecuencia del ejercicio heroico del derecho a la rebelión de los pueblos! Un país que absurdamente hasta hoy no ha sido admitido como estado miembro de la OEA -que, precisamente por eso, tiene los días contados- pero que ha recibido la solidaridad de la inmensa mayoría de las naciones que condenan anualmente en la ONU el cruel bloqueo que el imperialismo le impone.

El hecho de que las conversaciones para la paz en Colombia sean en La Habana desmoraliza este bloqueo cincuentenario. Para coronar el protagonismo de Cuba, a partir de febrero la Isla Rebelde ocupará la presidencia temporal de la CELAC, Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe, una especie de OEA sin Estados Unidos ni Canadá.

Es evidente que el estado colombiano quiere la paz no porque su nuevo presidente sea un humanista, un pacifista. Santos fue el Ministro de Defensa de Uribe que comandó el Plan Colombia, el más poderoso y violento intento de destruir militarmente a las guerrillas. Si eso hubiera sido posible, no tomaría la iniciativa de proponer las conversaciones de paz. Los vencedores de una guerra no buscan el diálogo con los vencidos: les imponen la rendición.

El hecho es que el sector hegemónico de la oligarquía colombiana, ya que no consigue exterminar a las guerrillas y ocupar el territorio que ellas dominan, precisa del fin del conflicto militar como requisito para mejor expandir sus negocios, ampliando las fronteras de la agroindustria y de la explotación de las riquezas minerales. El silencio del imperialismo es una luz verde tácita a las conversaciones, porque los designios de la oligarquía local están articulados y subordinados al gran capital extranjero, en particular el norteamericano.

Es verdad que hay una parte de la oligarquía colombiana, más ligada al latifundio, a los paramilitares y al tráfico de armas y drogas, que pierde con el final del conflicto militar y por eso boicotea las conversaciones. Ya el imperialismo gana y pretende no perder con la paz, en caso de seguir vendiendo armas al estado colombiano y de mantenerlo como su principal base militar en América Latina. Lo que, junto con la cuestión agraria, el fin del terrorismo de Estado, del paramilitarismo y de la ocupación norteamericana, será uno de los temas más neurálgicos de la agenda de conversaciones.

Pero el pueblo colombiano no quiere la paz por la paz, no quiere la paz de los cementerios como aquella de los años 1980/90, cuando fueron cruelmente asesinados miles de militantes desarmados de la Unión Patriótica, una organización política legal que se formó a partir de un acuerdo Paz traicionado por el estado colombiano.

El pueblo colombiano quiere una paz democrática con justicia social y económica. Para eso algunos requisitos son fundamentales. Uno de ellos se encuentra en pleno desarrollo: la creciente movilización y unidad de las organizaciones populares en el país y su involucración cada vez mayor en los debates sobre la agenda de las conversaciones, lo que, en contra de la voluntad del gobierno colombiano, marca la presencia popular en las reuniones de La Habana.

La Marcha Patriótica es la principal expresión del ascenso del movimiento de masas, reuniendo cerca de dos mil organizaciones de trabajadores de la ciudad y del campo, de indígenas, de afrodescendientes, de jóvenes, de mujeres y del proletariado en general. Además de la Marcha Patriótica, hay otros movimientos populares importantes, como el Congreso de los Pueblos.

Otro requisito indispensable es la solidaridad internacional con el pueblo colombiano y todas sus organizaciones que luchan por una Colombia justa, democrática y antiimperialista, independientemente de sus formas de lucha, todas legítimas.

El PCB, representado aquí en La Habana, reitera su lealtad incondicional a la Revolución Cubana, su solidaridad con el pueblo y el Partido cubanos, en su batalla por el avance del socialismo y en la lucha contra el bloqueo y por la libertad de nuestros Cinco Héroes.

Pero en función de la importancia de la cuestión colombiana en América Latina, también estamos aquí en La Habana para dar cuenta de nuestra solidaridad con los que representan en la mesa de diálogo los intereses de los trabajadores de la ciudad y del campo, de los pueblos indígenas y del proletariado de ese país, en el que el terrorismo de Estado burgués es anterior a la insurgencia y la causa de su surgimiento y persistencia.

Nuestro objetivo principal en estos días aquí en Cuba está siendo procurar contribuir a las iniciativas de apoyo al pueblo colombiano, sobre todo a la creación de un amplio movimiento latinoamericano y mundial que influya positivamente para hacer viable una solución política al conflicto social y militar y, además de eso, para verificar y asegurar el cumplimiento de lo que por ventura se acordase entre las partes.

Esta solidaridad no es una tarea sólo para los comunistas y la izquierda en general. Tendrá éxito sólo si logra ser lo más amplia y unitaria posible, incluyendo todas las organizaciones políticas y sociales y toda la intelectualidad y personalidades progresistas, humanistas, pacifistas y antiimperialistas.


La Habana, 16 de enero 2013


[Traducción de Teodoro Santana]

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