ARMANDO B. GINÉS
Parece que no se vislumbra otra opción alternativa, tenemos Rajoy para rato, al menos hasta la siguiente reforma de la reforma laboral exigida por el FMI para bajar el sueldo a los trabajadores un 10 por ciento más en los próximos dos años, reventar la sanidad y la educación públicas y ensanchar al tiempo los beneficios bancarios y empresariales, como ya está sucediendo desde el regalo de las multimillonarias ayudas públicas a fondo perdido al sistema capitalista occidental. Vean los magníficos resultados semestrales del Santander y el BBVA.
¿Preguntan ustedes por los sindicatos? No se los espera por el momento, están cuadrando cuentas para salir del ciclo regresivo y ver que queda, si es que algo quedara, de la antigua clase trabajadora. Lo suyo hace tiempo es liderar a los segmentos medios, un no lugar confortable en tierra de nadie que lo mismo sirve para un roto, PP, que para un descosido, PSOE.
Se ha dejado la calle a la posmodernidad, al grito casi religioso del cabreo sectorial y puntual, sin relato fuerte que abriera una senda amplia donde cupiesen y se encontrasen reivindicaciones sociales y ventanas políticas hacia una mayoría distinta a la simbolizada por el bipartidismo que nos endosaron en la transición.
Todos somos más pobres y vivimos en un páramo de miedo inmenso. Con salvar el día a día es suficiente. Otros están peor, vendrán tiempos mejores, es la coletilla más escuchada en bares y corrillos populares. Entre la resignación cobarde y el extremismo descabezado e inútil se viene formando un humus apolitizado y huidizo, cuando no reaccionario, que a la hora de la verdad volverá por sus fueros donde solía, a lo malo conocido, PP más PSOE, o ingresará con la fe propia del consumidor sabelotodo y agónico en la aventura solipsista de la abstención activa o pasiva, lo mismo da que da lo mismo.
Todos los políticos parecen iguales aunque no lo sean en verdad, pero los que tendrían que ser diferentes nada hacen por merecerlo. Están encastillados en los mitos fundacionales de la democracia monárquica, no queriendo ir un poco más allá en sus propuestas políticas. Han renunciado a ser la voz del otro, el despedido, el que hambrea, el que no puede estudiar, el rechazado por la sanidad y el desahuciado. Siguen guardando unas formas exquisitas mientras la guadaña siega el presente y el futuro de millones de ciudadanos. Eso sí, se hacen la foto con la impresentable Botella para apoyar el delirio olímpico y el suculento negocio de los de siempre.
Que la derecha es corrupta va de consuno con el régimen capitalista. Que solo con ideología y pánico se mantiene en pie, también lo sabemos desde hace décadas. Lo que no conocíamos a ciencia cierta era que los que ocupan el espacio institucional de izquierdas y representan, al menos nominalmente, a la clase trabajadora hubiesen capitalizado tanto y tan hondo sus pensamientos internos inoculados con habilidad por el adversario en aras de una moderación claudicante e indigna. Eso sí, en la próxima manifestación masiva entonemos la Internacional a pleno pulmón.
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