RENÉ BEHOTEGUY CHÁVEZ
Miembro del Secretariado Confederal Nacional de Intersindical Canaria
Fue un once de septiembre como hoy pero hace ya unos 39 años, mientras los tanques y aviones bombardeaban el Palacio de la Moneda, se acallaba la voz de un ser humano integro que no era más que el altavoz del alma dolida de su pueblo. Ese mismo pueblo masacrado en las minas de Santa María de Iquique por pedir justicia; ese mismo pueblo rebelado contra el poder colonial en la grupa del caballo guerrillero de Manuel Rodriguez; el mismo pueblo indómito incendiado en libertad de Lautaro y Caupolican.
Por eso, cuando la bota asesina del general traidor se estrelló contra el cielo de Santiago y su garra de ignominia atravesó el corazón del pueblo chileno, la herida abierta trascendiendo tiempo y distancia, extendió ese dolor haciéndolo parte de la historia de todos los pueblos del mundo. Porque en Allende nos miramos a los ojos todos y todas, lo mismo la mujer chiapaneca corazón de maíz y puño en alto que el minero de León con luciérnaga en el casco, llevando dignidad de lucha obrera a raudales a las puertas de Madrid. Porque los despojados, los excluidos, los condenados de la tierra de los que hablaba Fannon, tocaron una vez el cielo con las manos y, mientras el sol iluminaba sus sonrisas al grito de “luchar, crear poder popular”, se animaron a creer que era posible otro mundo. Uno en que el sol de la justicia se imponga a la sombra de un sistema que condena al hambre y la miseria a la mayor parte de la humanidad, para mantener los privilegios de una miserable élite financiera multinacional.
Por eso el ejemplo de Allende cunde y se irradia. Sigue vivo en los estudiantes que hoy mismo en Chile ponen en jaque al heredero de la tiranía; como está vivo en los movimientos sociales y los pueblos de la América morena que han decidido tomar las riendas de su historia y plantarle cara con dignidad y sin miedo a dejarse la sangre en el camino al poder imperialista. Porque como América tuvo su Allende, África tuvo su Tomás Sankara íntegro como el nombre que le puso a su país Burkina Faso, claro y premonitorio la hora de preferir la muerte antes que claudicar a sus ideales. Muerto asesinado a traición como Allende pero vivo, como él en la sed de libertad y justicia de los más humildes. Finalmente la historia de los pueblos la construyen Allendes y Sankaras, capaces de dejarse la vida persiguiendo el sueño de cambiar la realidad.
No obstante, y es bueno saberlo, nuestro devenir está plagado también de Pinochets o Campoares capaces de traicionar y vender no solamente a quienes les dieron su confianza sino, las esperanzas más altas de sus pueblos y, aunque duela hay que decirlo, rara vez pagan sus culpas como en la canción de Pablo.
Es por eso que un día como hoy y entendiendo que la memoria es finalmente el bálsamo de la justicia y el mejor castigo contra los traidores, van estas cortas líneas para recordar a Salvador Allende y en él a los y las que luchan incluidos a nuestros muertos y, finalmente, van para decirles a los enemigos de la primavera que no olvidamos y que el perdón solamente llegará cuando por fin se abran para los hijos y las hijas del pueblo las anchas alamedas.
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