Desear meramente a nuestros lectores un feliz 2013 no podría ser sino una frase sinsentido y bobalicona, cuando no un sarcasmo. Porque si en 2012 hemos sufrido una terrible sucesión de hachazos a nuestros salarios y a nuestros derechos –continuación de lo iniciado en 2010–, para este año que comienza la oligarquía monopolista del Estado español, subordinada a la de las potencias centrales europeas, ya hace sonar el toque de a degüello.
Frente a esta ofensiva no podemos seguir desarmados e inermes. Con las grandes centrales sindicales desbordadas e incapaces de entender que la época de los pactos sociales hace tiempo que finiquitó (y no por su iniciativa, sino por la de los capitalistas). Con los pequeños sindicatos muy radicales de boquilla, pero aún incapaces de adaptarse a la nueva situación y a las nuevas formas de lucha que conlleva. Con movimientos de masas dominados por el espontaneísmo, que los agota en ascensos y descensos de la lucha, pero sin continuidad ante la imposibilidad actual de torcer el brazo a los opresores. Con una izquierda dividida y sin un proyecto de desbordamiento del actual sistema.
Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que hoy la mayoría de los asalariados está a la izquierda de los sindicatos y de los partidos que se reclaman de izquierda. Pero que, por lo mismo, no encuentran referentes fuertes, ideas fuertes y organizaciones fuertes en las que enrolarse. A estas alturas, resulta ya criminal que no se haya constituido un potente frente de la izquierda, asambleario y participativo, aglutinado en torno a un programa claramente anticapitalista y revolucionario.
Nosotros seguiremos en la batalla de las ideas, de la reflexión, de la denuncia y de las propuestas, convencidos de que sin victorias ideológicas no hay victorias políticas. Pero también de que las reformas, los parches y los endulzamientos del sistema de capitalismo de Estado español sólo conducen a la frustración y al retroceso, aunque se justifiquen en el “imperativo legal”. Por el contrario, la revolución es ya un asunto a la orden del día.
De nosotros depende ponernos a la altura de esa tarea. Mientras tanto, compañeras y compañeros, a trabajar sin descanso por la unidad, por la fortificación de organizaciones estables, por métodos de trabajo adecuados a una lucha popular prolongada. Porque como enseñaba Lenin, “la revolución no se hace, sino que se organiza”.
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