JUAN FRANCISCO SANTANA
Un hombre sale, muy de mañana, del portal de su casa mientras los suyos, que son muchos, duermen y no se enteran de que papá ha salido del hogar. En la casi oscuridad se mueve raudo por los sitios cercanos a tiendas y establecimientos para poder adelantarse a otros que, como él, intentan buscar, en los contenedores de basura, alimentos caducados para poder saciar el hambre que están sufriendo los suyos.
Busca entre los residuos malolientes y encuentra, casi siempre, algún producto, sobre todo: yogures, leche y embutidos que limpia, cuidadosamente, y deposita, a continuación, en una bolsa de unos grandes almacenes. Luego, sigiloso y con un supremo cuidado, abre la puerta de su humilde hogar, entra en la cocina, abre la nevera y la llena, depositando cada producto con orden para que parezca que el frigorífico esté lleno. Después de esa humanitaria y responsable labor se acuesta de nuevo y a los cinco minutos vuelve a levantarse depositando, en las mejillas de sus hijos y esposa, unos tiernos y acaramelados besos. Los niños abren sus ojos y le dicen, sin hablar, lo mucho que le quieren. Luego la esposa se levanta y le ayuda a preparar el desayuno, a base de pan caliente, al ser depositado sobre el fuego y no por ser fresco, precisamente, leche y un exquisito yogurt, que había vencido el día anterior.
Esta historia de este padre, y héroe, anónimo se me asemeja al “trabajo, humanitario y amoroso, que desarrollan nuestros políticos, que se esmeran en el bien común y no en llenar sus ya cargados bolsillos”. Estamos ante un momento, ante una sociedad, en el que prima el individualismo y el interés frente a la solidaridad y el compromiso. Padecemos el racismo descerebrado, el olvido de nuestros mayores, el sufrimiento y la desesperación de nuestros parados, las cargas que deben afrontar los menos favorecidos, el analfabetismo interesado que potencia la sumisión por la necesidad, el menosprecio a las diferencias de opinión, la mala atención sanitaria porque el número de profesionales dedicados a este aspecto ha disminuido, la potenciación del asqueo educativo porque los (ir)responsables confunden calidad de la enseñanza con deficiencias y ataque a los profesionales de este sector. Estos políticos que no entienden de nada, como ejemplo podemos sufrir el gran número de asesores, que se rodean de profesionales para que les digan, por ejemplo, que dos y dos son cuatro. Si una persona decide hacer política no se debe olvidar que es darse a los demás e intentar mejorar la situación de aquellos que les han votado. Desgraciadamente, en su ignorancia, ni tan siquiera saben lo que es hacer política porque, en su caso, de lo que se trata es de apoyar al partido, sin ser críticos, para seguir viviendo, muy bien por cierto, a costa de los demás y olvidándose de lo más importante, la preocupación por el resto de los ciudadanos.
No saben, no se pueden poner en el lugar del otro porque no conocen lo que es empatía y, precisamente, por ello no se imaginan que pueda existir la presión que supone los injustos y bajísimos sueldos, el no poder acudir a la consulta porque no pueden pagar esos euros que suponen los medicamentos, no piensan que los mayores necesitan ayuda y atención, se olvidan de que los jóvenes necesitan formación y no dejar pasar unos hermosos y maravillosos años, no entienden que reduciendo los sueldos se potencia el cierre de empresas que precisan de que los ciudadanos se acerquen a sus negocios…no voy a seguir para no aburrir pero esta clase política, por llamarla de alguna manera, no se pone en lugar de nadie y, de forma evidente, no valora a ese padre del principio, dándole, porque se lo merece y porque es un derecho fundamental, lo que precise para que su dignidad no caiga en picado y sí se sienta fortalecido por los que deben, y pueden, defenderle. No entiende la clase política que un solo euro que se gaste en sanidad o en educación puede aliviar algo la asfixiante economía familiar. Un político que se precie de serlo no puede poner ejemplos de ganancia, de economía familiar, de ahorro, de pequeños gastos porque no saben el verdadero valor que puede suponer un solo euro.
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